domingo, 15 de mayo de 2011

Relato de una confesión 2

En mi primer relato de confesión –seguido luego por infinitas charlas muy descriptivas con Anita-, habíamos acordado no contarle a Sofi aún, hasta que sea seguro, hasta que yo esté segura, hasta que vea que venía en serio. Sabíamos que era absolutamente en contra de sus creencias y filosofía de vida. Y como si eso fuera poco, hacía un tiempo había estado en discusión la legalización del matrimonio igualitario y nuestros intentos de conversar al respecto me habían dejado frescas sus opiniones al respecto; me habían puesto los pelos de punta, y me habían tocado el corazón un con palito. Pero más que eso creo que lo que nos mantuvo con la boca cerrada fue una suerte de “instinto protector”, de ese que dicen que tienen las madres: no queríamos que Sofi se pusiera mal infundadamente, quizás era algo pasajero. Y protección para mí sin duda también, las dos sabíamos lo que me lastimaría que Sofi no apoyara en mi nueva relación.  
En fin. Debía hacer ya, qué? 2 meses quizás. Menos. Que estaba saliendo con “mi chica”. Tiempo que si le restaba… un par de días? Horas? No… era el mismo tiempo que hacía que estaba completamente enamorada. Con toda la sintomatología correspondiente, por supuesto. Todas esas patéticas cosas que describen la Cosmo y mis amigas más pink. Girlies. Cursis. Como sea, era la lista de cosas del amor romántico de Hollywood que a mi no me caían muy bien. Pero me pasaban. Eso incluye: la cara de estúpida cuando te llega un mensaje, el colgarte mirando la pared y no seguir conversaciones, el sonreír sola cuando venís caminando, etc. Yo no sé en qué momento se me cruzó por la cabeza que Sofi no iba a detectar al menos ALGO de todo eso.
Estábamos de “juntada” en el quincho de la casa de Sofi. Fue otra de esas noches en las que no lográbamos juntar energías para salir y optábamos por tomar el té en vez de salir a bailar un sábado por la noche –cosa absolutamente instituida en nuestra superficial ciudad insurgente donde las opciones culturales son casi inexistentes. No puedo acordarme si se estaba hablando de alguna novela de la 1, de nuevas posiciones de kamasutra recientemente experimentadas por alguna de las chicas o de males de amores varios (de esos siempre hay 2 o 3); evidentemente poco me importaba en ese momento, estaba encapsulada con las hermosas declaraciones de amor y extrañitis de mi chica en ese momento, que recién se estaba animando a decirme que me quería, me extrañaba o que tenía ganas de besarme.
-          Berta, con quién te escribís? – me increpa Sofi, por suerte siempre sobre las  4 conversaciones simultáneas del momento que me permitieron no exponerme tanto.
-          Con una de las chicas boluda. – le contesto sin levantar la mirada del celu.
-          Con esa cara de boluda?
Nada. No me sale decirle nada. La miro, me muerdo el labio inferior y le levanto las cejas en clave de “andá vó!” y sigo escribiendo. Escribí un par más de mensajes en la siguiente media hora, comportamiento que, vale aclarar, en mi perfil de mujer-independiente-que-no-necesita-un-choma-un-sábado-a-la-noche no cuadraba en lo más mínimo.
-          Berta, en serio, a quién le escribís?
-          Sofiiii – con tono de “dejá de romper” – con la Batu boluda, no seas loca.
-          Ya te dije que no me cae bien esa chica.
-          Ya te dije que no la conocés. – le contesté rápido y abriéndole los ojos. En una visita médica a Santa Fe, cuando nosotras todavía no salíamos y en teoría tampoco nos sacábamos chispas aún, Sofi había compartido un rato de una cena con ella. No podía juzgarla más que por su aspecto, porque no cruzaron palabra, y a partir de eso era obvio que le cayera mal. Aro en la boca, tatuaje en la espalda y en el antebrazo, calzas floreadas y remera sin mangas y cuello alto. Definitivamente no era el perfil que Sofi aprobara para mis amistades. Menos para amoríos. Empezando porque era una mujer. Pequeño detalle.
Al ratito me paro al baño y ya sentada en el inodoro, se abre la puerta del baño.
-          So, estoy yo! – afirmación un tanto redundante considerando de que hacía 5 segundos que yo había cerrado la puerta del baño. Sofi se metió y yo no me detuve, por suerte algunas prácticas de amigas de secundaria se perpetuaban en nuestro camino a la adultez y todavía podemos hacer pis una en frente de la otra.
-          Berta largá.
-          El pis? Estoy en eso.
-          No te hagás la pelotuda, porqué no me contás?
-          Sofi de que hablás? – seguí, acordándome de lo mala que fui siempre para mentir.
-          Ya lo sé todo, que te pensás? – Me reí, pero todavía no me rendía:
-          Ya sabés qué?
-          Que andás en algo. Vos andás en algo, te la comés a la Batu.
Ya estaba. Ahí estaba yo, sin que me salga el chorrito, y ahí estaba ella, sacándome la ficha de una manera que yo todavía ahora leo como mágica. Sofi mágicamente me había sacado la ficha. Y yo no estaba en condiciones de negar nada en medio de esa fascinación temerosa que me había su declaración, cómo le iba a negar a una de mis mejores amigas de mi vida que estaba enamorada? Si ella ya lo sabía sin que se lo cuente… Para las chicas que estaban en el quincho debe haber sido el pichi más largo del mundo, pero para mi fue una oportunidad, aunque bizarra, buenísima para poder contarle a Sofi lo que había sentido, cómo había pasado todo y cómo estaba evolucionando últimamente. Las dos sentadas en el piso del baño, ella apoyada contra la puerta con los ojos muy abiertos, media sonrisa siempre, a veces mordiéndose el labio inferior y diciendo “Que estúpida” ante un relato simpático de los hechos. No le dí oportunidad a que meta bocado porque me daba terror. Quería contarle todo lo que podía, con la mayor cantidad de detalles, argumentos y sinceridad que podía para que ella se dé cuenta de lo importante que eso estaba siendo para mi y de lo convencida que estaba, y que tenga cuidado después con las palabras que iba a utilizar. Todavía ella no me había dicho nada y la puerta del baño le golpeó la espalda. Era Anita, que no sólo se había dado cuenta de que estábamos tardando mucho como el resto de las chicas, sino que también se imaginó el motivo y se sintió con la autoridad para irrumpir. Las afinidades en el grupo siempre fueron evidentes (y completamente normales a mi parecer) pero a Cleta le pareció prudente que nos mudáramos al menos a la cocina, para seguir hablando tranquilas, porque era evidente de lo que estábamos hablando y no era cuestión ni de dejar de hablar, ni de herir sensibilidades al pedo.
-          Viejas quién quiere café? O té? Nosotras hacemos.
En el camino a la casa, Sofi venía adelante y Anita me preguntó en señas si sabía. Me reí, entramos a la cocina, y le dije alto, para que Sofi escuchara:
-          No sé qué onda esta mina es bruja más que católica.
Nos reímos las 3 y Anita indagó a cerca del 6to sentido de Sofi, quién con aire de “a mi no se me escapa nada” dijo en realidad algo muy tierno:
-          Boluda la conozco, toda estúpida está y no para de nombrarla. ¿Por qué no me contaron?
Le contamos nuestras hipótesis y Sofi empezó con algo así como…
-          Viejas, me pone re triste que ustedes no me puedan contar cosas por lo que yo creo. Chicas esta es MÍ filosofía de vida, yo la elijo porque me hace feliz pero eso no significa que yo crea que esta sea la ÚNICA forma de ser feliz. Lu si esto es lo que a vos te hace feliz, lo que vos elegís y lo que te pone así toda estúpida y tierna, yo no puedo ir en contra de eso. Yo a uds. Las amo y lo que las haga feliz me va a ser feliz a mí.
Y la conversación siguió un rato más, con relatos anecdóticos, descriptivos y mucha risa. Pero eso es de lo que me acuerdo. Eso fue lo que me llenó el alma y lo que me dio la idea de tatuarme Love is all you need. Realmente el amor que nos teníamos iba más allá que cualquier cosa. Yo sabía que para Sofi, que me guste una mujer era “lo que me faltaba” en el perfil de persona que va a pasar MUCHO tiempo en el purgatorio, y sin embargo, ella me estaba diciendo que estaba feliz por mí. Y lo sentía, yo sé que lo sentía; y que lo siente con cada una de mis alegrías. 

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