jueves, 7 de julio de 2011

Cerré mi narración anterior diciendo: “Volví al departamento de mis amigas bastante frustrada. Pero eso no impidió que me acueste con una sonrisa: después de todo, había saldado lo que hacía tiempo estaba pendiente”. Que gran mentira. No había saldado nada. Tanto estaba necesitando algún arrime y Franco era lo más cercano a eso, que seguí insistiendo con él por un tiempo (a pesar de mis promesas truchas de que ya no pasaba más nada). Así es que volvimos a encontrarnos de la misma forma un par de veces más. En ambos casos el lugar elegido fue arriba de su auto, en un baldío cercano a su casa. La primera fue un poco mejor que aquella vez en Rosario, tal vez porque sabía con qué me iba a encontrar y mis expectativas eran más bien bajas. El segundo encuentro no sólo fue el peor de los tres, sino que - sin miedo a exagerar - puedo decir que fue el peor encuentro de la historia. Posicionémonos en tiempo y espacio.

Sábado, 5.30 am. Salgo del boliche, sola. Reparto a las chichis y tiro un mensaje sugerente al gordo. Me responde, le respondo ... en cuestión de una hora estábamos de vuelta en el baldío, en el asiento trasero de su auto. Empezó siendo muy generoso él, no sé si se entiende. Ya habíamos sacado remera, corpiño. Zapatos, cancanes (aprovechando un agujerito que me había hecho alguien con un cigarrillo en el boliche ...  estuvo muy bueno eso, siempre quise romper algo de ropa de la forma más salvaje), bombacha. Lo único que tenía era la pollera que en ese momento hacía las veces de cinto. A él lo único que le faltaba era la camisa. En eso estábamos, yo pasándola muy bien y encargándome de que Franco se enterara de que así era. Ni remotamente se me hubiese ocurrido que había dos personas más enterándose también ... 

Así es. Tenía los ojos cerrados cuando escucho “TOC, TOC”. Alguien golpeaba el vidrio trasero del auto. Hace falta aclarar que, si bien no era polarizado, el vidrio estaba súper empañado por el frío que hacia afuera y el calor de adentro, así que sólo pude ver la silueta de los dos hombres parados afuera (espero que ellos hayan podido ver algo menos). Tenían una gorra de visera corta, por lo que enseguida supimos que era gendarmería. Mi primera reacción fue, básicamente, no reaccionar. Me paralicé. Empecé a repetir “no no no, no nos puede estar pasando esto”, pero no atinaba a cambiarme (debo tener algo de nudista en mí). Franco manotea algo de ropa y me indica que me vista, mientras él se va a hacer cargo de la situación. Así que eso hice, me vestí y me dispuse a esperar noticias. Al poco tiempo vuelve y me pide que lleve mis documentos. Si tenía claro algo, era que yo no iba a dar la cara. Me parece pertinente aclarar que mi viejo es político y en ese momento estaba en campaña, con lo que, había una foto de su cara en cada esquina de la ciudad. En el momento en que Franco me pidió los documentos, me imaginé una nota en el apartado “Policiales” del diario, bajo el título “Le estaban chupando la con*** a la hija de Peirone en un baldío”. No tengo complejo de centro del mundo, pero díganme si no estaba bueno como noticia. Seguro la iban a leer unos cuantos, por lo menos. En fin, me rehusé así que volvió él con sus documentos. Empezó a tardar y a mí la curiosidad me estaba ganando. Como no venía, decidí enfrentar la situación. Me bajo del auto y me dirijo a los tipos, con mi mejor cara de Póker. Ni bien me acerco a la ronda, Franco me dice que está todo bien, que vuelva al auto. Así que doy media vuelta y me estaba yendo cuando escucho que uno de los gendarmes me dice “muy mal lo de ustedes”. En ese momento estaba indignada, indignada porque me habían cortado el polvo. Así que me doy vuelta y respondo “muy mal LO DE USTEDES” (me encargué que se entienda que ELLOS estaban en falta…en qué estaba pensando?!). “Esto es propiedad privada” me responde. Yo eso no lo sabía, aunque tampoco es lícito hacerlo en la vía pública así que habría estado mal de todas formas. Le pedí que nos tiren un centro y volví al auto. A los pocos minutos vuelve Franco y nos fuimos más rápido de lo que llegamos. Hasta el momento ignoraba lo cerca que había estado de ir a la comisaría a que me marquen los dedos y revisen mis antecedentes. Así hubiese sido el final de mi noche, de no haber sido Franco lo suficientemente rápido como para ofrecerles un soborno. Y así como terminó la noche (de la peor manera, al fin y al cabo no había pasado lo que tenia que pasar) también se terminaron los encuentros con el gordo. Igual aprendí a no creerme cuando digo "Nunca más" así que todo queda ahora librado a las ganas, al destino o a la suerte. 

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